¿Y por qué no un bozal? Y después, un cinturón de castidad. Y la pira preparada por si hace falta quemarnos como brujas que somos.

Sugiero un bozal. Pero a la moda, ¿eh? que las mujeres, como sabéis, también somos terrible y cansinamente presumidas. Así que cuidado con lo que nos ponéis en la boca. Un bozal a juego con el resto del look del día. Hay otra opción más barata y que, además, tiene doble función, con lo que podéis matar dos pájaros de un tiro: la cinta americana. Puesta sobre la boca, si tiráis fuerte y de una sola vez, al arrancarla también nos depiláis el labio superior.

Dos por uno.

Nos podéis mandar también a una sala de reuniones al fondo del pasillo. Cuando nos pongamos de acuerdo, os escribimos un documento y después decidís si lo leéis, o no, en la sala donde os reunís los hombres.

Después, el cinturón de castidad. Porque hay alguna demasiado zorra por ahí. Y ya sabemos que los únicos labios que hay que cerrar no son sólo los de la boca.

En algún caso sirven también las correas. Y las piras, para quemar a las brujas. Sugerencias tengo bastantes. Mensajes, por privado, por favor.

Todo esto viene porque dice el -hasta este jueves- presidente del comité organizador de los Juegos Olímpicos de Tokio- que las mujeres hablamos mucho. Que tomamos la palabra y no callamos. “Si aumentas el número de mujeres en las ejecutivas pero no controlas el tiempo en el que se les permite hablar, les es difícil terminar sus intervenciones, lo que es muy molesto. Les encanta competir a una contra otra

Bueno, en realidad no sé cómo lo sabe, porque el señor Yoshirō Mori, porque dice también que últimamente a las mujeres no nos escucha. Vamos, como esos niños que se tapan las orejas y mueven la cabeza de un lado a otro cuando no les gusta lo que les estamos diciendo. No te oigo, no te oigo, no te oigo. Cuando le preguntaron si de verdad pensaba que las mujeres hablaban demasiado, respondió: “No sé, últimamente no las escucho mucho…”

Claro, es más divertido hablar de fútbol en las reuniones, o irse al bar a tomar una cerveza con los colegas cuando salimos del curro, o remolonear en la mesa de la oficina mientras nuestra señora baña a los niños en casa.

En el comité organizador de los JJOO que presidía hasta esta semana el caballero Mori sólo hay siete mujeres -y 29 hombres-. Le deben parecer muchas. Y le debe parecer también que lo que ha dicho sobre nosotras no es una barbaridad, porque le ha costado varios días dimitir. Él no quería, pobrecito. Pero las presiones han sido demasiado fuertes.

Le voy a contar una cosa al señor Mori, antes de que se le ocurra ponerle un bozal a su mujer. Las niñas que levantan la mano en el colegio son mandonas. Los niños, líderes. Porque las niñas que confían en ellas mismas, las niñas que levantan la mano en clase, las niñas que insisten en sus ideas y criterios, las niñas que persiguen una ambición, son unas mandonas. Y los niños que hacen lo mismo son líderes a admirar. Preguntados en clase sobre si quieren ser líderes cuando trabajan en grupo, tres de cada cuatro niños dijeron que sí. Las niñas fueron sólo la mitad. Saben que, si toman el liderazgo, las llamarán mandonas, o agresivas, o brujas, o … un lastre demasiado pesado para el resto de su vida.

Desde pequeñas, palabras como mandona envían un claro mensaje a las niñas: no levantes la mano ni des tu opinión. Así que cuando llegan a secundaria están menos interesadas en liderar que los niños, explica Sheryl Sadenberg, una poderosa directiva que encabeza un movimiento para devolver el orgullo de líder a las chicas, BanBossy. La campaña sostiene que el liderazgo se interioriza y perfecciona practicándolo. Y que las niñas sólo lograrán ser líderes si lo intentan desde la escuela. ¿Cómo? Levanta la mano en clase e insiste hasta que te den la palabra. No pidas perdón antes de hablar (“no estoy segura de esto, pero…”). Rétate a ti misma más allá de tu zona de confort. Pide ayuda a la gente que sabe. No hagas el trabajo del vago del grupo, ínstale a que lo haga él. O practica cosas que te asusten (como hablar en público) para superar tus miedos.

Todo eso, imperceptible e inherente, mina la inteligencia auto percibida de las chicas año tras año. Curso a curso. Son inteligentes. Pero no se perciben como tal. Ya a esa edad, a los siete años, tienen una visión completamente sesgada de lo que ellas son capaces o no de hacer con sus habilidades y de lo que se espera de cada género. Tan pequeñas tienen menos autoestima y confianza en ellas mismas que sus compañeros masculinos de aula.

Ellos, adivinad, sobreestiman no sólo su inteligencia sino sus capacidades físicas y de liderazgo.

Así que, poco levantamos la mano, y poco hablamos para todo lo que tenemos que decir.