Encuentran el motivo por el que beber alcohol da hambre

Una cerveza o un vino no saben igual si se toman solos. Para que la experiencia sea realmente satisfactoria, estas dos bebidas deben ir acompañadas de algo de comida. Además, si es en la hora del aperitivo, el alcohol abre el apetito. ¿Cómo es posible que una sustancia tan calórica en vez de saciar produzca el efecto contrario? Un grupo de investigadores del Instituto Francis Crick de Londres han encontrado la respuesta.

Al parecer, el alcohol activa en el cerebro unas neuronas que despiertan el hambre. Se trata del mismo circuito neuronal que se enciende cuando llevamos horas sin comer, como por ejemplo cuando no hemos cenado y nos despertamos con muchas ganas de ir a la nevera, o como cuando se nos hace tarde para ir a comer.

El estudio ha sido publicado en la revista Nature Communications, y en él se ha analizado la conducta de un grupo de ratones de laboratorio a los que se les suministró durante 3 días una gran dosis de alcohol. En concreto, les dieron el equivalente a una docena de cervezas o a dos botellas de vino. Con esta dieta alcohólica y calórica, los animales comieron entre un 15% y un 20% más de lo que suelen ingerir a diario.

A la vez, los científicos monitorizaron la actividad cerebral de los ratones y descubrieron que el consumo de alcohol estimulaba directamente a un grupo de neuronas que se encuentran en el hipotálamo, las mismas que regulan el hambre y que se activan cuando no hemos comido desde hace tiempo.

Si esas mismas células, denominadas Agrp, son desactivadas genéticamente -haciendo que nazcan ratones que carezcan de ellas- el experimento da resultados completamente diferentes, ya que los animales dejan de tener hambre al consumir alcohol.

Hasta ahora, se consideraba que el aumento del hambre tras consumir alcohol se producía por culpa de un desajuste cerebral debido a la desinhibición que produce esta sustancia. Los científicos pensaban que la falta de control que se produce a todos los niveles en una borrachera hacía que afectara al hambre, creando una falsa sensación de poca saciedad. Pero no es así: el hambre que sentimos al tomar un vermut o una copa de vino es completamente real y genuino. Al menos, es lo que nos dicta el cerebro.